Gian Carlo Delgado Ramos
Ambientico No. 219.
Costa Rica. Diciembre de 2011.
ISSN: 1409-214X pp. 29 - 44
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La economía verde se ancla en el entendimiento de un impulso a la eficiencia y al avance de las “tecnologías verdes” como “la” solución, es decir, como una revolución tecnológica que no sólo re-dinamice la economía a la usanza de las revoluciones tecnológicas previas (léase: Delgado, 2002 y 2011; Pérez, 2004), sino que además contribuiría al mismo tiempo a solucionar los principales problemas y retos ante los que estamos. Desde tal noción, Rio+20 convoca a discutir “…cómo la economía verde puede contribuir al desarrollo sustentable y a la erradicación de la pobreza“ (Naciones Unidas, 2011). Las negociaciones del clima recientes lo han hecho de modo similar y cada vez con más énfasis en términos de “investigación y transferencia tecnológica para la mitigación”.
Ambientico No. 219.
Costa Rica. Diciembre de 2011.
ISSN: 1409-214X pp. 29 - 44
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La economía verde se ancla en el entendimiento de un impulso a la eficiencia y al avance de las “tecnologías verdes” como “la” solución, es decir, como una revolución tecnológica que no sólo re-dinamice la economía a la usanza de las revoluciones tecnológicas previas (léase: Delgado, 2002 y 2011; Pérez, 2004), sino que además contribuiría al mismo tiempo a solucionar los principales problemas y retos ante los que estamos. Desde tal noción, Rio+20 convoca a discutir “…cómo la economía verde puede contribuir al desarrollo sustentable y a la erradicación de la pobreza“ (Naciones Unidas, 2011). Las negociaciones del clima recientes lo han hecho de modo similar y cada vez con más énfasis en términos de “investigación y transferencia tecnológica para la mitigación”.
El concepto de economía
verde, según se entiende en el marco de la asamblea general de Naciones Unidas,
“…se enfoca principalmente en la intersección entre ambiente y economía” (Ibid:
4), y se agrega: “…puede ser visto como un lente para enfocase y aprovechar
simultáneamente oportunidades en el avance de metas económicas y ambientales”
(Ibid: 5). Se trata de un concepto que está pues hermanado a otros como
“crecimiento verde” pero que, tal y como se suscribe, no sustituye el discurso
del desarrollo sustentable, sino que lo enriquece (Ibid: 6). Así, desde tal
perspectiva, mientras las empresas buscan mayores oportunidades de acumulación
de capital, vía nuevas oportunidades tanto de reducción de costos de operación,
como de incremento de apropiación de valor por medio del aseguramiento de nichos
de mercado propios al avance tecnológico de la eficiencia, de las energías
“limpias”, etcétera, “…los gobiernos tendrían el rol clave de financiar la investigación y el desarrollo
verde y la infraestructura necesaria para tal propósito, así como el facilitar
un ambiente de apoyo a las inversiones verdes del sector privado y el
desarrollo dinámico del crecimiento de sectores verdes” (Ibid: 6). De
precisarse es que la propuesta empresarial es claramente entusiasta aunque con
reservas pues por un lado se está en un contexto de profunda crisis económica, mientras
que por el otro, persisten enormes intereses y por tanto resistencias al cambio
de paradigma, dígase por ejemplo el energético donde opera el poderoso sector
petro-eléctrico-gasero-automotriz (léase: Delgado, 2009). En cualquier caso,
mientras la economía verde signifique nuevas oportunidades de transferencia de
recursos públicos, de negocio y por tanto de acumulación de capital, la opción
es atractiva.
Así, pese al estado
relativamente difuso de lo que puede llegar a significar en la práctica la
economía verde, ya se constatan ejercicios de avance por parte de actores de
peso en la estructura político-económica mundial. Por ejemplo Naciones Unidas
(2011: 12) precisa que para que la economía verde pueda entregar los beneficios
que promete, “…debe ser parte de un movimiento en el que los sistemas de
producción y consumo sean compatibles con el desarrollo sustentable a través de
transiciones sensibles a las necesidades de desarrollo de cada país”. Para ello, agrega, se visualizan siete rubros
de acción: 1) el estímulo de paquetes verdes (financiamiento público al
desarrollo e implementación de tecnologías y acciones verdes); 2) el impulso a
la “eco-eficiencia empresarial” por la vía de incentivos político-económicos;
3) el “enverdecimiento” de los mercados (favoreciendo la oferta de productos y
servicios “socio-ecológicamente amigables”, incluyendo los mercados de comercio
justo o de sello orgánico); 4) promoción de la eficiencia energética de los
edificios y del sistema de transporte; 5) restauración y mejora del “capital
natural” (vía el establecimiento de cooperación internacional y la
implementación de diversos mecanismos de financiamiento para el manejo de lo
que se presumen como bienes comunes); asociado al anterior, 6) la búsqueda de
“conseguir que los precios sean correctos” por la vía de establecer sistemas de
pago por servicios ambientales y la creación de mercados de tales servicios; y
7) el establecimiento de una reforma tributaria que promueva eco-impuestos de
diversa naturaleza (Naciones Unidas, 2011: 14 – 19). Además, el discurso
precisa que, “…la erradicación de la pobreza y la mejora de los medios de
subsistencia de los más vulnerables merecen una prioridad en la medidas que
promuevan la transición hacia la economía verde” (Ibid: 12).
De cara a tales argumentos
e intenciones, debe notarse que la visión que precisa a la economía verde como
mecanismo clave para hacer frente a los problemas primarios del capitalismo de
principios del siglo XXI, tiene enraizados múltiples supuestos, muchos de ellos
no sólo contradictorios sino en efecto claramente equívocos pues, entre otras
cuestiones, ésos parten de lecturas parciales y lineares de la realidad.
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