Agua y Seguridad Nacional en México
Gian Carlo Delgado Ramos
(Arena Abierta, Random House Mondadori. México, 2005)
En el orbe hay 1.4 mil millones de km3 de agua, de los cuales sólo 37 millones o el 2.5% corresponden a agua dulce (superficial, subterránea y congelada). Del monto de agua empleada a nivel mundial -que se duplica cada 20 años- el 85% es acaparado por el 12% de la población mundial bajo la distribución del 10% en uso humano, 25% en industrial y el 65% en agrícola.
Los datos confirman que la cuestión sobre el acceso al agua ha y sigue siendo un asunto político y de clase social, pero, lo que caracteriza las últimas décadas es que las limitaciones bioquímicas del planeta han puesto ya en un serio dilema a la sociedad y su estilo de vida altamente depredador; un factor que ha dado un nuevo giro a la dimensión económica y sociopolítica del recurso.
El problema no radica en que las reservas de agua sean cada vez menores sino en que su localización y calidad están cambiando. Por un lado, hay crecientes índices de contaminación del agua mientras que, por el otro lado y como resultado -entre otros factores- del calentamiento global, está registrándose una reubicación espacial de las precipitaciones y con ello de la localización de las reservas. Consecuentemente, las zonas con potencial de conservar o incrementar tales reservas se perfilan como geoestratégicas. No es casual que se hable de la guerra por el agua pues es un recurso que tiene un gran potencial de provocar conflictos de esa naturaleza.
En este contexto, como se revisa a detalle en Agua y Seguridad Nacional (Arena. México, 2005) resulta importante dar cuenta de las implicaciones que podría acarrear para México la aguda crisis de agua en la que parece adentrarse Estados Unidos (EUA).
Como es sabido, la crisis actual del líquido a lo largo y ancho de EUA es preocupante. El presupuesto de 2002 de ese país incluyó un programa de largo plazo denominado "National Assessment of Water Availability and Use" para determinar la disponibilidad de agua superficial y subterránea y la dimensión de las necesidades (despilfarradoras) de la misma. Por ejemplo, según datos de Barlow y Clarke, los acuíferos de California se están secando mientras que el río Colorado está siendo usado al máximo. La ciudad de Tucson vive condiciones adversas. Proyecciones para Albuquerque, Nuevo México, muestran que de continuar los ritmos de extracción de agua de los acuíferos, los niveles decrecerán 20 m más para el 2020, y las ciudades principales de la región se “secarían” en 10 a 20 años. Incluso en los suburbios lluviosos de Seattle, Washington, se ha disparado el consumo de agua, calculando que en 20 años comenzaría a escasear. En El Paso, Texas, todas las fuentes de agua se acabarían para 2030, y en el noreste de Kansas la escasez de agua es tan severa que ya se discute en los círculos gubernamentales de ese estado la construcción de un acueducto al ya sobreexplotado Río Missouri. Los ritmos de extracción de agua en el importante sistema acuífero del sureste de Florida de aproximadamente 6.6 millones de litros por minuto, sobrepasan los de su inyección, y a pesar de alcanzar una dimensión de 200 mil km2 en un área que se extiende a otros estados a parte de Florida, su nivel de agua ha venido decayendo de manera constante, poniendo en entredicho la capacidad de Florida y los estados vecinos de obtener ese recurso a largo plazo.
Ante dicho panorama de crisis, EUA agudizó las disputas con México sobre el agua binacional, las cuales lejos de ser algo nuevo, datan ya desde la anexión de Texas en 1845 y el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848) cuando EUA, al apropiarse más de la mitad del territorio mexicano, se adjudicó 250 mil km2 de cuencas o el 63% de la región hídrica binacional si se considera como una sola cuenca. Desde entonces, el agua es un asunto central para EUA puesto que también ya tenía "un indiscutible derecho" sobre ésta. Múltiples han sido los conflictos entre ambos países, tanto por los montos a compartir como por la calidad del agua.
Actualmente dos parecen ser las cuestiones centrales. Una, el cambio del calendario de pagos de agua de México a EUA de modo que se puedan establecer “pagos adelantados” (Acta 307) con respecto al periodo establecido por el Tratado de 1944 que va de un primer ciclo de cinco años y otro ciclo igual en caso de sequía. La segunda, la negociación del agua subterránea binacional, algo que ya viene advirtiendo el Institute of Policy de EUA. Todo esto en medio de un contexto en el que, bajo el velo del TLCAN, ya se habla de una supuesta deuda de agua de México con EUA a la que se le podría dar un valor en metálico; una sugerencia de EUA que resulta llamativa pues la deuda en agua no genera más agua, pero una deuda de agua en metálico que genere intereses y que luego pueda ser reconvertida a agua es totalmente otra cosa.
A lo anterior se suma la creciente privatización de los servicios públicos del agua tanto urbanos como agrícolas, sobre todo impulsados por préstamos del Banco Mundial (BM) y a favor de las grandes multinacionales del agua como Bechtel, Suez y Vivendi. Uno de los programas más fuertes del BM es el denominado Finfra para la “modernización del sector hídrico”, una codificación lingüística que, en palabras del director de Banobras (entidad mexicana que gestiona los fondos del Banco) realmente refiere, “…como uno de sus aspectos fundamentales y que el Presidente Fox nos ha instruido para propiciar, [a] atraer inversión privada.” Asimismo está el paquete de préstamos del BM bajo el rubro de “Integrated Irrigation Modernization Project” y que ha resultado en el beneficio, en un 60%, de propietarios con una extensión de tierra de más de 3 mil hectáreas (léase agroindustria). Es pues un escenario en el que el grueso de beneficiados son actores privados y aún más, extranjeros, lo que debe verse como la apropiación y desnacionalización de un recurso estratégico para el país y su gente.
No obstante, las modificaciones a la Ley de Aguas Nacionales de 2004 claramente contradicen eso último, pues siguiendo las pautas de organismos internacionales como el BM o la Organización Mundial del Comercio, asume el agua como una mercancía colocando como eje articulador el principio de “el agua paga el agua”; un razonamiento según el cual dado que el agua “proporciona servicios ambientales”, éstos deben ahora reconocerse, cuantificarse y pagarse”. No es casual sino causal que las tensiones y conflicto de intereses sean mayores y que, por tanto, el tejido social de resistencia sea cada vez mayor y complejo.
Ahora bien, lo delicado de la geopolítica hídrica entre México y EUA es tan sólo la primera llamada hemisférica de lo que está en juego en torno a un recurso vital, estratégico y sustento de la seguridad y soberanía nacional de cada Estado nación. La Agencia Stratford (EUA) ha llegado a suscribir que: "...la debacle fronteriza por el agua puede llevar a descarrilar las relaciones comerciales diplomáticas, dañar el TLCAN y provocar confrontaciones entre los gobiernos locales y los residentes de la zona fronteriza." Otro espacio en América Latina donde la disputa ya es intensa es el del acuífero Guaraní (uno de los reservorios de agua subterránea más grandes del mundo con alrededor de 1.190.000 km2 que se extiende a parte de Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay) donde se emplazan fuertes intereses empresariales y militares estadounidenses, pero también de otros países como los de Medio Oriente interesados en la compra-exportación del agua del acuífero mediante su embotellamiento. De lo que se está hablando en concreto, como en el caso de México, es de la privatización tanto del servicio (pozos, acueductos y servicio particular) como del recurso mismo. En cuanto a la militarización de la zona, ello responde, por un lado a garantizar el posicionamiento castrense en una zona estratégica tanto por los recursos hídricos como biológicos y mineros; pero también como parte de la geopolítica estadounidense al perfilarse como una pieza más de la plataforma de proyección militar en el Cono Sur, así como de control del Polo Sur (estratégico también por la función que cumple geográficamente como punto clave de control balístico intercontinental -aunque en menor medida que el Polo Norte-, así como una de las zonas de enclave de estaciones de monitoreo y espionaje altamente en disputa por algunas potencias norteñas).
Es pues un escenario en el que cabe señalar que el grueso del negocio es a beneficio de actores extranjeros, lo que debe leerse como la desnacionalización de un recurso estratégico que debe de ser considerado como un asunto de seguridad nacional de los países en cuestión y no como una cuestión de seguridad nacional estadounidense. No es casual sino causal que las tensiones y conflicto de intereses sean mayores y que por tanto el tejido social de resistencia sea cada vez mayor y complejo.
La alternativa en México, en el Guaraní como en otras partes del orbe, parece ubicarse entonces, por un lado, en una noción del recurso que se sustente en la seguridad nacional de cada Estado nación como parte de una dimensión básica de su soberanía nacional y consecuentemente como una noción subsumida en el contexto Constitucional que debe ser regulada por el poder Legislativo. Por el otro lado, se debe estimular y potenciar la discusión activa de los actores involucrados en la gestión y usufructo del agua dado que ésa no puede ser social y ecológicamente bien gestionada si no se hace colectivamente; todo al tiempo que se exploran mecanismos y tecnologías alternativas. Aquí, el papel de científicos de las universidades y centros de investigación públicos es por demás relevante.
Asimismo, una nueva cultura del agua debe consolidar en las actuales y venideras generaciones una conciencia ecosocial sobre un recurso vital, estratégico y de disponibilidad finita. Al fin y al cabo el agua es vital para tod@s, pero bajo tales esquemas no resulta muy claro que el acceso al líquido, al menos de buena calidad, vaya a ser efectivamente universal.
Reseña por la Agencia Periodística del Mercosur
http://www.prensamercosur.com.ar/apm/nota_completa.php?idnota=759
Se trata de una obra capital para comprender por qué y cómo Estados Unidos, en el marco del bloque hegemónico, pretende controlar los grandes recursos acuíferos del planeta. Podríamos decir que detrás del agua puede esconderse los futuros conflictos bélicos globales. A principios de la década pasada, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) así lo reconoció. En este libro, Gian Carlo Delgado, académico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), explica y demuestra los contenidos de ese nuevo desafío para América Latina.
El libro recorre temas como "de la seguridad nacional y las reservas de agua dulce", el agua en la expansión territorial de Estados Unidos, soberanía nacional mexicana y de la geopolítica hídrica de Washington y privatización y extranjerización de los servicios públicos del agua.
Lo que sigue es un extracto de algunos de los más importantes pasajes del texto, editado recientemente por el sello Debate, de la capital azteca.
Las guerras del tercer milenio ya no serán sólo por fuentes energéticas como el petróleo, sino por el agua.
La acelerada industrialización y dilapidación de recursos han afectado su distribución y calidad, al punto que se viene condicionando y reconfigurando, en buena medida, el ordenamiento espacial y territorial de la economía mundial del futuro próximo, convirtiendo el acceso al líquido en un asunto de seguridad nacional.
Y es que pocos sabemos que la industria automotriz en promedio precisa de 400 mil litros de agua para poder fabricar un automóvil, o que la industria de la informática usa miles de litros de agua desionizada para la fabricación de procesadores, mientras que la industria petrolera requiere de nueve barriles de agua para extraer uno de petróleo proveniente de fuentes pesadas.
Nuestro país no es ajeno a este proceso, de tal forma que la presión que Estados Unidos ejerce para que México entregue el agua del río Bravo, ante sus despilfarradores y crecientes ritmos de consumo, se inscribe bajo la lógica de proyección hegemónica imperialista que viene colocando al líquido como una preciada "mercancia" que determina la riqueza de las naciones".
Es por ello que defender nuestras cuencas hídricas significará defender nuestra futura y más importante fuente de riqueza.
La lógica de la postura (estadounidense) parece responder, como lo expresa la revista "Fortune", a que "el agua promete ser en el siglo XXI, lo que el petróleo lo fue en el siglo XX: una preciada mercancia...".
Llama la atención que el vicepresidente del Banco Mundial (BM), Ismail Serageldin, haya puntualizado que "la próxima guerra mundial será por el agua".
El libro recorre temas como "de la seguridad nacional y las reservas de agua dulce", el agua en la expansión territorial de Estados Unidos, soberanía nacional mexicana y de la geopolítica hídrica de Washington y privatización y extranjerización de los servicios públicos del agua.
Lo que sigue es un extracto de algunos de los más importantes pasajes del texto, editado recientemente por el sello Debate, de la capital azteca.
Las guerras del tercer milenio ya no serán sólo por fuentes energéticas como el petróleo, sino por el agua.
La acelerada industrialización y dilapidación de recursos han afectado su distribución y calidad, al punto que se viene condicionando y reconfigurando, en buena medida, el ordenamiento espacial y territorial de la economía mundial del futuro próximo, convirtiendo el acceso al líquido en un asunto de seguridad nacional.
Y es que pocos sabemos que la industria automotriz en promedio precisa de 400 mil litros de agua para poder fabricar un automóvil, o que la industria de la informática usa miles de litros de agua desionizada para la fabricación de procesadores, mientras que la industria petrolera requiere de nueve barriles de agua para extraer uno de petróleo proveniente de fuentes pesadas.
Nuestro país no es ajeno a este proceso, de tal forma que la presión que Estados Unidos ejerce para que México entregue el agua del río Bravo, ante sus despilfarradores y crecientes ritmos de consumo, se inscribe bajo la lógica de proyección hegemónica imperialista que viene colocando al líquido como una preciada "mercancia" que determina la riqueza de las naciones".
Es por ello que defender nuestras cuencas hídricas significará defender nuestra futura y más importante fuente de riqueza.
La lógica de la postura (estadounidense) parece responder, como lo expresa la revista "Fortune", a que "el agua promete ser en el siglo XXI, lo que el petróleo lo fue en el siglo XX: una preciada mercancia...".
Llama la atención que el vicepresidente del Banco Mundial (BM), Ismail Serageldin, haya puntualizado que "la próxima guerra mundial será por el agua".